Ésta semana tuve una nueva asignación que empieza casi siempre igual: «Daniel, ¿podrías hacer un póster para un recital de canto?». Ningún diseñador me dejará mentir al referirme a esa pregunta siempre como un reto personal, ya que en el momento en el que dices las palabras mágicas («claro que sí lo hago»), tu mente ya disparó una ráfaga de ideas que cruzan la plataforma de lo real, lo aplicable, lo funcional y lo sencillamente disparatado.

No es fácil entonces, empezar un proyecto así, un nuevo reto, sin una inspiración. Feng Zhu dice que todos tenemos en nuestro cerebro una librería visual (unos la tienen más nutrida que otros), y eso es lo que activa tu creatividad y te da la chance de resolver el problema. Diseñar es resolver. Es encontrar respuestas a necesidades, siempre es navegar contra corriente, siempre es escalar.

Así que me dí a la tarea de empezar mi diseño. Y muchas veces nos preguntamos, una vez que acabamos, ¿de dónde salen mis ideas?. En éste muy particular caso, decidí que quería algo triangular y lleno de colores. ¿Porqué tomé esa decisión?. Después de analizarlo, es muy sencillo realmente, y todo se remonta a pequeñas historias:

«Una vez salí de viaje. Compré unas postales. Un día ántes saqué las postales de su papelito donde las envolvieron. Dejé la basura en mi escritorio (sin querer) y el día que me tocó diseñar el póster ya había convivido (sin saberlo) muchas horas con esa basura enfrente de mi.»

Por más absurdo que parezca, les compruebo mi crimen: Image

Sin darme cuenta, ya había tomado una elección creativa a partir de un pedazo de basura. Lo demás, es relativamente sencillo. Agregas colores, agregas patrones a tu basura y te queda algo así:

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El resultado final me dejó satisfecho. Y todo, gracias a un pedazo de inspiración atrapada por mi subconciente, transformado en un trabajo creativo.
 
Moraleja de la historia: si van a tener basura en su cuarto, que sea buena basura.

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